Pato Manríquez Querida hija.
Qué bueno saber de ti, agradezco te preocupes por este descansador permanente.
¡Qué hermosas fotos! Todos salen lindos.
Estoy poniéndoles fecha y nombres.
Te cuento que ayer fue un día extraño, estaba como meado de perro, todo salía mal.
Mi celular sonó avisando descarga de batería, estuve cargándolo y como no resultaba decidí llevarlo al servicio técnico.
Saliendo del edificio, estaban regando jardines y había agua, pisé y me llegó la sensación hasta los hombros, mis zapatos estaban rotos. Me saqué uno y comprobé que estaba partido, y son de esos que no se arreglan.
No importa, me dije, al mal tiempo… etc. Iría por teléfono y zapatos nuevos.
Del teléfono me dijeron que murió la memoria, que se perdió toda la información. ¿Se puede ser más canalla? Se murió el chip, se murió, se fue. Ahora tengo que ir a la libreta y pasar de a uno los números al nuevo. Felizmente este también tiene letras grandes.
Luego caminé hasta la zapatería. El vendedor me acercó un par parecidos a los míos, empecé a mirar las costuras y a pasarles el dedo. Aunque sé que son una excelente confección, porque son chilenos, había algo y le dije: ¿Esto es siempre así? (A veces le digo a la gente cosas como esa, o también digo “¿Está bien así?”) y él dijo que eran de segunda selección y que tenían descuento, entonces me alegré y pensé: “¡Ah! … una buena”. Por un momento pensé llevar dos pares, pero mi austeridad rechazó la idea, nuestra generación no hizo grande este país actuando así. Y eso porque me ha dado por creer que hicimos algo al respecto, porque todo ha cambiado, pero mucho, casi muchísimo. Se ve progreso, el mundo nos mira asombrado, viene gente de todas partes a conocernos. Si fue política de estado, nuestras clases dirigentes, los ingenieros, el pueblo, en fin, todo eso… no dejo de decirme… ¡Yo también estuve allí! Y… ¿Qué hice para esto? No es fácil asumirlo, pero claro que estuvimos y fue duro, muy duro. Veníamos de provincias lejanas, entonces el país era muy grande, de Chillán a Santiago eran ocho horas en tren. Lejos del hogar. Por meses no íbamos a casa, queríamos un futuro, trascender, estar allí. Primera generación de universitarios en casi todas las familias.
Bueno hija, ese es otro tema. Siguiendo con los zapatos resulta que le pasé un cheque al vendedor y después de un rato volvió preocupado y me dijo: “Señor, no puedo aceptarlo porque usted está en Dicom” … quedé espantado, al principio no entendí… me sonó algo así como “Señor se le cayó una nalga”. Era tan raro. Reaccioné sacando mi tarjeta de crédito y quedó zanjada la cuestión. Ya no era sospechoso, quizás un poco. Igual estaba en Dicom. Me fui murmurando que al mal tiempo… etc.
Ahora tengo nuevos zapatos, normales, suaves, no esos duros y con punta de fierro de cuando la construcción de todos esos edificios. ¡Qué cantidad de trabajo! Normalmente trasnochábamos para cumplir plazos. Y yo estaba ahí, con mis zapatos de seguridad. Nos juntábamos a las tres de la mañana a tomar café con arquitectos, inspectores, amigos. Éramos jóvenes, nos gustaba, estábamos construyendo.
Recuerdo el sur, muchísima lluvia, trabajos complicados, frío, nos mojábamos, costaba avanzar. Llevé personas de Santiago, carpinteros, albañiles, enfierradores. Entonces no muchos andaban con proyectos bajo la lluvia, pero luego ya había más, se llenó el hotel, constructores jóvenes, especialistas, inversionistas, empezó a fluir dinero y trabajo.
Maravilloso, esas vivencias y todo mi tiempo en el sur me hacen tenerle un especial cariño. Allá naciste tú, en Osorno.